domingo, 8 de diciembre de 2013

Capitulo V segunda parte

Justo cuando las manecillas del enorme reloj de madera labrada que dominaba imponente la biblioteca de don  Fernando marcaron las siete y treinta minutos de la noche el timbre de la mansión Corcuera retumbo con su melodioso din-don por todos los rincones de la casa, colándose incluso por debajo de la puerta de la alcoba de Elisa, quien, al escucharlo se sobresalto ansiosa. Los misteriosos invitados de su padre habían llegado. Consternada se aferro a la almohada que sostenía entre sus brazos como si de algún amuleto se tratase, en su mente solo un nombre giraba sin parar: Damián… Su Damián. El amor que sentía por él era lo que le daba fuerza a su voluntad, estaba decida a no obedecer esta vez, no bajaría a la cena, no conocía a ciencia cierta la identidad de los invitados, pero conociendo a Don Fernando tenía su sospechas, más cuando menciono la palabra “futuro” en la conversación con su madre. Elisa sabia de sobra que para su padre solo podía significar algo: casarla con Ernesto. Y eso jamás lo consentiría, primero muerta o recluida en un convento que su vida unida a un ser tan despreciable como él. Sería como traspasar su vida de un yugo a otro mucho peor. Además estaba Damián, antes que él apareciera tal vez hubiera cedido ante la presión de su progenitor, Don Fernando sabía como coaccionarla para lograr que obedeciera, pero ahora no, su corazón y su vida le pertenecían por completo a su caballero de ojos de topacio.

El picaporte de la puerta giro lentamente. Venían a buscarla. Había llegado la hora de demostrar su fortaleza...  La luz del pasillo ilumino los oscuros aposentos de Elisa dibujando la inconfundible silueta de su nana en el umbral.

-Niña, te esperan en el salón principal –exclamo sin dejo alguno de emoción-

La respiración de Elisa se acelero, su estomago era un remolino de ansiedad. Con mucho esfuerzo separo sus labios y con la voz temblorosa le respondió:
-Nana, dile a mi padre que no bajare –tosió- me siento indispuesta.

Casi de dos zanjadas la nana atravesó la habitación y se situo junto a su niña poniendo tocándole la frente con la mano.

-¿Estas enferma? –Preguntó angustiada- No tienes temperatura- recalcó-

Elisa resopló.

-No, nana. Estoy bien, pero no quiero bajar –un suspiro se le escapo del alma- No sé quienes sean los invitados de mi padre, pero menciono algo de mi futuro y me temo que sea el estirado de Ernesto por lo que prefiero fingirme enferma.


-Oh, mi niña –la nana sonrió ampliamente-

-¿Por qué sonríes así? –Enarco una ceja Elisa- No ves que sufro de solo pensar compartir la mesa con ese tipejo.

-¿Y quien te ha dicho a ti que es Ernesto el invitado? –Inquirió divertida la nana-

Los ojos de Elisa se abrieron como plato. Su nana se estaba burlando de ella. ¿Cómo era posible eso? Si había alguien en este mundo que la quería y la cuidaba era precisamente su nana. Durante toda su vida ha sido su soporte, su confidente, ella ha sido la madre que Doña Eugenia no ha sabido ser.

-¿Qué me ocultas, nana?

-Nada, mi niña –rio entre dientes- Será mejor que bajes.

-No, no y no –se cruzo de brazos Elisa- De aquí no me saca ni el mismísimo Luzbel o lo que es lo mismo, mi Padre.
La carcajada de su nana le atolondro los tímpanos.

-Elisa Corcuera Rivadeneira esta bien que su padre sea más malo que el pan duro, pero no es para que lo compares con el demonio –la reprendió juguetona, nunca podía hacerlo en serio-

-Pues para mi eso ha sido toda mi vida, un demonio. –Exclamo Elisa con un claro gesto de berrinche en los labios-

-No te expreses así, mi niña –le dijo cariñosamente- que eso sea no es para que lo digas en voz alta, y no por él, sino por ti, no me gusta que albergues tales sentimientos.

-Tienes razón, nana –asintió Elisa-, pero de igual forma, no bajare.

La nana Chata soltó un bufido de impaciencia. Si que era terca su querida niña, cuando se le montaba en su mula, ni quien la bajara de ahí.

-¿Confías en mi? –Pregunto al fin la nana Chata-

-Por supuesto, nana –exclamo sin pestañear Elisa- Eso no lo dudes nunca.

-Entonces, sal de esa cama de una buena vez, ponte el vestido que me indico tu señora madre que te prepara y baja a esa dichosa cena. Yo se lo que te digo, no te arrepentirás.

Elisa entrecerró los ojos mirando con suspicacia a su nana. Algo le estaba ocultando. Seguro sabía quienes eran los invitados, pero ¿Por qué no se lo decía y terminaban con esta discusión sin sentido?

-¿Sabes quienes vinieron a cenar? –Pregunto directo y sin rodeos-

La nana se quedo callada. No sabia que responder. ¿Cómo le explicaba que no sabia quienes eran, pero que su corazón le decía que debía bajar? Cuando el timbre sonó ella salió de la cocina para ver quien había llegado, pero solo alcanzo a vislumbrar a un señor de cabello rubio lleno de canas. Nunca antes lo había visto, sin embargo su intuición le decía que era un buen hombre, algo había en su mirada celeste que le transmitió confianza. Su corazón le decía que su niña debía bajar, era un presentimiento de esos que nunca se equivocan.

-No lo sé, sólo vi a uno de ellos –confesó al fin-, pero lo que si puedo decirte es que no era Ernesto del Cueto ni su familia, de eso si estoy segura. Esa gente hace escandalo desde la reja del jardín. Los invitados que están con tu padre en el salón son personas discretas. Y al señor que vi me transmitió confianza.

Elisa frunció el ceño. Estaba dudosa, pero su nana no haría algo para lastimarla ni mucho menos. Ella la quería como una madre. Lo que si es que podría equivocarse.

-¿Estas segura, nana?

-Mi hijita, a esta vieja no se le va una, si te insisto en que bajes es por que siento que debes hacerlo, mis corazonadas no se equivocan y algo me dice que si no asistes a esa cena te arrepentirás toda tu vida.

Elisa soltó un suspiro profundo. Los presentimientos de su nana eran épicos, no sabia como, pero siempre se cumplían.

-Ayúdame a ponerme ese engorroso vestido –soltó al fin Elisa-

Mientras tanto en el salón familiar Don Fernando disfrutaba internamente de su triunfo. Su insignificante treta había tenido el efecto esperado, ya eran casi las 8 de la noche y Elisa no bajaba. Conocía de sobra el carácter rebelde de su hija, por eso había ocultado la identidad de los invitados agregando a la escueta información la pequeña referencia a su futuro, eso bastaba para hacer sacar conclusiones a Elisa provocando así que se rehusara a asistir a la cena.

Los Metzger miraban con insistencia el reloj, como buenos alemanes eran en extremo puntuales. La pierna de Damián se movía con insistencia como si tuviera vida propia, estaba más que ansioso. ¿Cómo era posible que su adorada ninfa no hubiera bajado aún? ¿acaso no quería verlo?

-Les ofrezco una sentida disculpa –exclamo Don Fernando con cierto tono de burla en la voz- No sé que le pasa a esta niña que no ha bajado, pero bueno, ya saben ustedes, las mujeres casi nunca están listas a tiempo –agrego a modo de excusa mirando la puerta como esperando que en cualquier momento se abriera y apareciera la nana avisando que Elisa no iba a bajar-

-Lo comprendo, más al final vale la pena la espera –dijo con amabilidad Gerald Metzger regalándole a su hijo una significativa mirada para tranquilizarlo-

El silencio se instaló de nuevo en el salón. Gerald no dejaba de analizar a Fernando Corcuera, su intuición le decía que estaba demasiado sereno, siendo un hombre apegado a las buenas costumbres y a la estricta etiqueta era para que la tardanza de su hija lo tuviera más que molesto, lo que le demostraba que algo turbio había detrás.

Cuando las campanadas del reloj marcaron las ocho en punto de la noche se abrió de par en par la labrada puerta de madera oscura de doble hoja de la entrada al salón, apareciendo en el umbral Elisa, lucia hermosa a pesar del exagerado vestido que su madre le hizo ponerse, era entallado a la cintura abriéndose en la cadera para caer en ondas recogidas hasta los pies, un verdadero fastidio.

-Buenas noches, disculpen la demora, pero… -su voz se ahogo en la garganta al descubrir a su amado Damián-

La sonrisa burlona de don Fernando se borro de un plumazo, su malévolo plan no había funcionado en lo absoluto, tuvo que tragarse su carácter y observar como Damián se acercaba a Elisa y tomaba su mano para depositar un suave beso en ella.

-Luces preciosa, ángel mío –exclamo galantemente con los ojos brillantes-

-¿Qué..? ¿Cómo…? –tartamudeo Elisa por la emoción-

-Su padre nos ha invitado amablemente a cenar para hablar de su noviazgo –intervino Gerald al ver el nerviosismo de la muchacha y educadamente se acerco a ella tendiéndole la mano para presentarse- Gerald Metzger, el padre de Damián. Mucho gusto.
-Encantada, señor –sonrió Elisa turbada por la emoción-

-Ahora te permito lo de señor, pero después de formalizar su compromiso tendrás que llamarme Gerald o padre, como tu prefieras. –dijo amablemente-.

-Y ella es mi madre –tercio Damián pasándole un brazo a la guapa señora que estaba de pie junto a Doña Eugenia- Carlota Metzger.

-Encantada señora –exclamo tímidamente-

Elisa extendió la mano para saludarla, pero Doña Carlota la jalo hacia ella dándole un significativo abrazo.

-El gusto es mío, hija –dijo con dulzura y a Elisa le brinco el corazón de la emoción al sentir la calidez de las palabras de la madre del hombre que ama-

-Ya podemos pasara a la mesa –indico Don Fernando en tono agrio, su estado de animo había cambiado sobre manera al ver truncado sus planes-

Durante la cena todo transcurrió de manera tranquila cumpliendo con las normas sociales establecidas. El suculento banquete del que se hizo cargo doña Eugenia fue digno de alabanzas por parte de los invitados. A la hora de la sobremesa, ya con los digestivos servidos, el tema principal de la noche salió a colación y se establecieron los términos del noviazgo de Elisa y Damián. Estarían tres meses de novios, con visitas formales, salidas con chaperona y asistencia en familia a eventos sociales que fueran invitados. Al final de ese plazo se daría una fiesta para anunciar el compromiso y se casarían seis meses después, el tiempo justo para preparar la boda perfecta.

A pesar del beneficioso acuerdo, Damián no estaba del todo feliz, el hubiese querido que se fijara la fecha de la boda para lo antes posible, por él al día siguiente se casaba con su Elisa, pero resignado tuvo que acatar seguir los parámetros sociales establecidos, como le había dicho en tono cortante Doña Eugenia: estamos tomando los tiempos más cortos permitidos, hasta mucho es. Así que, no muy convencido, tuvo que acatar lo establecido, lo primordial es que ya no tenia que ver a escondidas a su querida ninfa, pero a pesar de ya ser oficial, la visita que tenia pensada hacerle a sus aposentos esa noche no la iba a descartar, necesitaba verla a solas, hablar con ella, saber que sentía y, principalmente, añoraba sus labios más que el aire para respirar, no podría sobrevivir sin volver a besarla.

Cuando a las once en punto se dio por concluida la velada, Damián y sus padres se despidieron ceremoniosamente, sabían de sobra que a la más rancia sociedad tapatía le encantaban de sobremanera esos formalismos arcaicos de exageradas palabras de cortesía. Elisa y Damián no tuvieron ni siquiera un segundo para conversar a solas, eso era algo imperdonable, por lo que interiormente les carcomía la ansiedad.

Una vez en casa, Damián espero pacientemente a que la luz que se filtraba por la rendija de la puerta de la habitación de sus padres se extinguiera, entonces bajo sigilosamente la escalera y haciendo le menor ruido posible salió a la negra noche que lo esperaba con su precioso manto estelar para iluminar su camino hasta el balcón de su amada.

Después de cubrir las muchas calles que lo separaban de la casa de Elisa, estuvo al fin debajo de su ventana y tal cual lo había hecho un par de madrugadas atrás escalo el viejo árbol para subir a su balcón como un Romeo cualquiera enamorado. “Hay algo enigmático en los balcones que incitan al romance”, pensó mientras con suma delicadeza empujaba la acristalada puerta para introducirse en los aposentos de su ninfa de ojos hechiceros. Sin hacer ruido se acerco a su cama, esa noche la luna escondida entre los motes de nubes no le obsequio ni un ápice de luz para admirarla, pero no lo necesitaba, él la veía con los ojos de el alma que eran capaz de ver aún en la penumbra más oscura. Hincado junto a su cama deposito un tenue beso sobre sus labios entreabiertos, ese sutil roce hizo que Elisa se despertara.

-Shhh… ángel mío, soy yo, tu fiel enamorado –susurro Damián en su oído-

-Damián, mi Damián –suspiro Elisa- ¿Estas aquí o sigo soñando?

-Aquí estoy, amor mío… Necesitaba besar tus labios para seguir viviendo.

-Oh, Damián –exclamo arrobada Elisa- Te amo tanto, estoy tan feliz de que nuestro futuro se vislumbre tan favorable, más pronto de lo que pensamos estaremos al fin juntos…

-Así es, amada mía y nadie podrá jamás separarnos, ni siquiera tu padre.

-No puedo creerlo al fin –dijo dudosa Elisa- ¿Qué lo habrá hecho cambiar de parecer?

-Mi padre habló con él –le explico Damián debatiéndose entre si contarle la forma de persuadirlo que tuvo su padre, pero decidió omitirlo, el cometido estaba cumplido, no era necesario que ella lo supiera-, su poder de convencimiento no conoce limites –exclamo al fin-

Elisa lo miro dudosa, su corazón le decía que había algo más, pero no quiso hondar en ello, confiaba ciegamente en su hermoso caballero de ojos azules, si él no le decía lo que había detrás del cambio de actitud de Don Fernando, por algo sería.

-Bendito sea siempre –exclamo como respuesta guardándose sus observaciones-

Damián tomo las manos de Elisa entre las suyas y dejo un reguero de besos por todo su níveo dorso.

-Pronto serás mía, pronto –repitió como mantra aun incrédulo-

-Ya lo soy, Damián –le aclaro Elisa y lo miro con tanta intensidad que Damián sintió que le atravesaba el corazón con su mirada-, pero hay que tener cuidado, mi padre suele ser voluble, no debemos bajar la guardia.

-Lo sé, no te preocupes –le acarició la mejilla suavemente- no permitiré que nos separe, te lo juro.

La sangre en las venas de los jóvenes enamorados ardía con ímpetu, sus ojos refulgían con pasión cruda. Damián sabia que ese fuego solo podía llevarlos a un solo lugar, por lo que se puso de pie para marcharse, no quería ensuciar la impoluta inocencia de Elisa.

-Tengo que irme, solo vine a decirte que te amo –exclamo con vehemencia-
Sin dejar de mirarla camino lentamente hacia la ventana cuando un ruido proveniente del pasillo del otro lado de la puerta de la habitación lo paro en seco. Unos pasos acercándose retumbaron en sus oídos. El picaporte de la puerta giro lentamente, quiso moverse, salir corriendo para evitar ser descubierto, pero el pánico impreso en el rostro de Elisa lo tenía paralizado.

Elisa se aclaro la garganta en un vano intento de desaparecer el terror que la atenazaba y le impedía a hablar, trato de emitir sonido, pero la voz no le salía. Una furtiva lagrima le resbalo por la mejilla, si era su padre o su madre estaba perdida, todos sus sueños se irían por la borda, lo más probable es que acabara en un convento llorando por su adorado Damián, a quien seguro su padre mataría. La sola idea le hacia temblar el corazón. Soltando un suspiro le dio una significativa mirada a Damián para que saliera de su habitación, pero él no se movía. La puerta empezó a abrirse lentamente dejando entrar un halo de luz que viajaba directamente hasta donde estaba Damián iluminando por completo su silueta. Las pupilas de Elisa se dilataron de miedo y haciendo un esfuerzo sobre humano logro hablar:
-¿Quién anda ahí?...