Justo cuando las manecillas del
enorme reloj de madera labrada que dominaba imponente la biblioteca de don Fernando marcaron las siete y treinta minutos
de la noche el timbre de la mansión Corcuera retumbo con su melodioso din-don
por todos los rincones de la casa, colándose incluso por debajo de la puerta de
la alcoba de Elisa, quien, al escucharlo se sobresalto ansiosa. Los misteriosos
invitados de su padre habían llegado. Consternada se aferro a la almohada que
sostenía entre sus brazos como si de algún amuleto se tratase, en su mente solo
un nombre giraba sin parar: Damián… Su Damián. El amor que sentía por él era lo
que le daba fuerza a su voluntad, estaba decida a no obedecer esta vez, no
bajaría a la cena, no conocía a ciencia cierta la identidad de los invitados,
pero conociendo a Don Fernando tenía su sospechas, más cuando menciono la
palabra “futuro” en la conversación con su madre. Elisa sabia de sobra que para
su padre solo podía significar algo: casarla con Ernesto. Y eso jamás lo
consentiría, primero muerta o recluida en un convento que su vida unida a un
ser tan despreciable como él. Sería como traspasar su vida de un yugo a otro
mucho peor. Además estaba Damián, antes que él apareciera tal vez hubiera
cedido ante la presión de su progenitor, Don Fernando sabía como coaccionarla
para lograr que obedeciera, pero ahora no, su corazón y su vida le pertenecían
por completo a su caballero de ojos de topacio.
El picaporte de la puerta giro
lentamente. Venían a buscarla. Había llegado la hora de demostrar su
fortaleza... La luz del pasillo ilumino
los oscuros aposentos de Elisa dibujando la inconfundible silueta de su nana en
el umbral.
-Niña, te esperan en el salón
principal –exclamo sin dejo alguno de emoción-
La respiración de Elisa se
acelero, su estomago era un remolino de ansiedad. Con mucho esfuerzo separo sus
labios y con la voz temblorosa le respondió:
-Nana, dile a mi padre que no
bajare –tosió- me siento indispuesta.
Casi de dos zanjadas la nana
atravesó la habitación y se situo junto a su niña poniendo tocándole la frente
con la mano.
-¿Estas enferma? –Preguntó
angustiada- No tienes temperatura- recalcó-
Elisa resopló.
-No, nana. Estoy bien, pero no
quiero bajar –un suspiro se le escapo del alma- No sé quienes sean los
invitados de mi padre, pero menciono algo de mi futuro y me temo que sea el
estirado de Ernesto por lo que prefiero fingirme enferma.
-Oh, mi niña –la nana sonrió
ampliamente-
-¿Por qué sonríes así? –Enarco
una ceja Elisa- No ves que sufro de solo pensar compartir la mesa con ese
tipejo.
-¿Y quien te ha dicho a ti que es
Ernesto el invitado? –Inquirió divertida la nana-
Los ojos de Elisa se abrieron
como plato. Su nana se estaba burlando de ella. ¿Cómo era posible eso? Si había
alguien en este mundo que la quería y la cuidaba era precisamente su nana.
Durante toda su vida ha sido su soporte, su confidente, ella ha sido la madre
que Doña Eugenia no ha sabido ser.
-¿Qué me ocultas, nana?
-Nada, mi niña –rio entre
dientes- Será mejor que bajes.
-No, no y no –se cruzo de brazos
Elisa- De aquí no me saca ni el mismísimo Luzbel o lo que es lo mismo, mi
Padre.
La carcajada de su nana le
atolondro los tímpanos.
-Elisa Corcuera Rivadeneira esta
bien que su padre sea más malo que el pan duro, pero no es para que lo compares
con el demonio –la reprendió juguetona, nunca podía hacerlo en serio-
-Pues para mi eso ha sido toda mi
vida, un demonio. –Exclamo Elisa con un claro gesto de berrinche en los labios-
-No te expreses así, mi niña –le
dijo cariñosamente- que eso sea no es para que lo digas en voz alta, y no por
él, sino por ti, no me gusta que albergues tales sentimientos.
-Tienes razón, nana –asintió
Elisa-, pero de igual forma, no bajare.
La nana Chata soltó un bufido de
impaciencia. Si que era terca su querida niña, cuando se le montaba en su mula,
ni quien la bajara de ahí.
-¿Confías en mi? –Pregunto al fin
la nana Chata-
-Por supuesto, nana –exclamo sin
pestañear Elisa- Eso no lo dudes nunca.
-Entonces, sal de esa cama de una
buena vez, ponte el vestido que me indico tu señora madre que te prepara y baja
a esa dichosa cena. Yo se lo que te digo, no te arrepentirás.
Elisa entrecerró los ojos mirando
con suspicacia a su nana. Algo le estaba ocultando. Seguro sabía quienes eran
los invitados, pero ¿Por qué no se lo decía y terminaban con esta discusión sin
sentido?
-¿Sabes quienes vinieron a cenar?
–Pregunto directo y sin rodeos-
La nana se quedo callada. No
sabia que responder. ¿Cómo le explicaba que no sabia quienes eran, pero que su
corazón le decía que debía bajar? Cuando el timbre sonó ella salió de la cocina
para ver quien había llegado, pero solo alcanzo a vislumbrar a un señor de
cabello rubio lleno de canas. Nunca antes lo había visto, sin embargo su
intuición le decía que era un buen hombre, algo había en su mirada celeste que
le transmitió confianza. Su corazón le decía que su niña debía bajar, era un
presentimiento de esos que nunca se equivocan.
-No lo sé, sólo vi a uno de ellos
–confesó al fin-, pero lo que si puedo decirte es que no era Ernesto del Cueto
ni su familia, de eso si estoy segura. Esa gente hace escandalo desde la reja
del jardín. Los invitados que están con tu padre en el salón son personas
discretas. Y al señor que vi me transmitió confianza.
Elisa frunció el ceño. Estaba
dudosa, pero su nana no haría algo para lastimarla ni mucho menos. Ella la
quería como una madre. Lo que si es que podría equivocarse.
-¿Estas segura, nana?
-Mi hijita, a esta vieja no se le
va una, si te insisto en que bajes es por que siento que debes hacerlo, mis
corazonadas no se equivocan y algo me dice que si no asistes a esa cena te
arrepentirás toda tu vida.
Elisa soltó un suspiro profundo.
Los presentimientos de su nana eran épicos, no sabia como, pero siempre se
cumplían.
-Ayúdame a ponerme ese engorroso vestido
–soltó al fin Elisa-
Mientras tanto en el salón
familiar Don Fernando disfrutaba internamente de su triunfo. Su insignificante
treta había tenido el efecto esperado, ya eran casi las 8 de la noche y Elisa
no bajaba. Conocía de sobra el carácter rebelde de su hija, por eso había
ocultado la identidad de los invitados agregando a la escueta información la
pequeña referencia a su futuro, eso bastaba para hacer sacar conclusiones a
Elisa provocando así que se rehusara a asistir a la cena.
Los Metzger miraban con
insistencia el reloj, como buenos alemanes eran en extremo puntuales. La pierna
de Damián se movía con insistencia como si tuviera vida propia, estaba más que
ansioso. ¿Cómo era posible que su adorada ninfa no hubiera bajado aún? ¿acaso
no quería verlo?
-Les ofrezco una sentida disculpa
–exclamo Don Fernando con cierto tono de burla en la voz- No sé que le pasa a
esta niña que no ha bajado, pero bueno, ya saben ustedes, las mujeres casi
nunca están listas a tiempo –agrego a modo de excusa mirando la puerta como
esperando que en cualquier momento se abriera y apareciera la nana avisando que
Elisa no iba a bajar-
-Lo comprendo, más al final vale
la pena la espera –dijo con amabilidad Gerald Metzger regalándole a su hijo una
significativa mirada para tranquilizarlo-
El silencio se instaló de nuevo
en el salón. Gerald no dejaba de analizar a Fernando Corcuera, su intuición le
decía que estaba demasiado sereno, siendo un hombre apegado a las buenas
costumbres y a la estricta etiqueta era para que la tardanza de su hija lo
tuviera más que molesto, lo que le demostraba que algo turbio había detrás.
Cuando las campanadas del reloj
marcaron las ocho en punto de la noche se abrió de par en par la labrada puerta
de madera oscura de doble hoja de la entrada al salón, apareciendo en el umbral
Elisa, lucia hermosa a pesar del exagerado vestido que su madre le hizo
ponerse, era entallado a la cintura abriéndose en la cadera para caer en ondas
recogidas hasta los pies, un verdadero fastidio.
-Buenas noches, disculpen la
demora, pero… -su voz se ahogo en la garganta al descubrir a su amado Damián-
La sonrisa burlona de don
Fernando se borro de un plumazo, su malévolo plan no había funcionado en lo
absoluto, tuvo que tragarse su carácter y observar como Damián se acercaba a
Elisa y tomaba su mano para depositar un suave beso en ella.
-Luces preciosa, ángel mío
–exclamo galantemente con los ojos brillantes-
-¿Qué..? ¿Cómo…? –tartamudeo
Elisa por la emoción-
-Su padre nos ha invitado
amablemente a cenar para hablar de su noviazgo –intervino Gerald al ver el
nerviosismo de la muchacha y educadamente se acerco a ella tendiéndole la mano
para presentarse- Gerald Metzger, el padre de Damián. Mucho gusto.
-Encantada, señor –sonrió Elisa
turbada por la emoción-
-Ahora te permito lo de señor,
pero después de formalizar su compromiso tendrás que llamarme Gerald o padre,
como tu prefieras. –dijo amablemente-.
-Y ella es mi madre –tercio
Damián pasándole un brazo a la guapa señora que estaba de pie junto a Doña
Eugenia- Carlota Metzger.
-Encantada señora –exclamo
tímidamente-
Elisa extendió la mano para
saludarla, pero Doña Carlota la jalo hacia ella dándole un significativo
abrazo.
-El gusto es mío, hija –dijo con
dulzura y a Elisa le brinco el corazón de la emoción al sentir la calidez de
las palabras de la madre del hombre que ama-
-Ya podemos pasara a la mesa
–indico Don Fernando en tono agrio, su estado de animo había cambiado sobre
manera al ver truncado sus planes-
Durante la cena todo transcurrió
de manera tranquila cumpliendo con las normas sociales establecidas. El
suculento banquete del que se hizo cargo doña Eugenia fue digno de alabanzas
por parte de los invitados. A la hora de la sobremesa, ya con los digestivos
servidos, el tema principal de la noche salió a colación y se establecieron los
términos del noviazgo de Elisa y Damián. Estarían tres meses de novios, con
visitas formales, salidas con chaperona y asistencia en familia a eventos
sociales que fueran invitados. Al final de ese plazo se daría una fiesta para
anunciar el compromiso y se casarían seis meses después, el tiempo justo para
preparar la boda perfecta.
A pesar del beneficioso acuerdo,
Damián no estaba del todo feliz, el hubiese querido que se fijara la fecha de
la boda para lo antes posible, por él al día siguiente se casaba con su Elisa,
pero resignado tuvo que acatar seguir los parámetros sociales establecidos,
como le había dicho en tono cortante Doña Eugenia: estamos tomando los tiempos más cortos permitidos, hasta mucho es. Así
que, no muy convencido, tuvo que acatar lo establecido, lo primordial es que ya
no tenia que ver a escondidas a su querida ninfa, pero a pesar de ya ser
oficial, la visita que tenia pensada hacerle a sus aposentos esa noche no la
iba a descartar, necesitaba verla a solas, hablar con ella, saber que sentía y,
principalmente, añoraba sus labios más que el aire para respirar, no podría
sobrevivir sin volver a besarla.
Cuando a las once en punto se dio
por concluida la velada, Damián y sus padres se despidieron ceremoniosamente,
sabían de sobra que a la más rancia sociedad tapatía le encantaban de
sobremanera esos formalismos arcaicos de exageradas palabras de cortesía. Elisa
y Damián no tuvieron ni siquiera un segundo para conversar a solas, eso era
algo imperdonable, por lo que interiormente les carcomía la ansiedad.
Una vez en casa, Damián espero
pacientemente a que la luz que se filtraba por la rendija de la puerta de la
habitación de sus padres se extinguiera, entonces bajo sigilosamente la
escalera y haciendo le menor ruido posible salió a la negra noche que lo
esperaba con su precioso manto estelar para iluminar su camino hasta el balcón
de su amada.
Después de cubrir las muchas
calles que lo separaban de la casa de Elisa, estuvo al fin debajo de su ventana
y tal cual lo había hecho un par de madrugadas atrás escalo el viejo árbol para
subir a su balcón como un Romeo cualquiera enamorado. “Hay algo enigmático en
los balcones que incitan al romance”, pensó mientras con suma delicadeza
empujaba la acristalada puerta para introducirse en los aposentos de su ninfa
de ojos hechiceros. Sin hacer ruido se acerco a su cama, esa noche la luna
escondida entre los motes de nubes no le obsequio ni un ápice de luz para
admirarla, pero no lo necesitaba, él la veía con los ojos de el alma que eran
capaz de ver aún en la penumbra más oscura. Hincado junto a su cama deposito un
tenue beso sobre sus labios entreabiertos, ese sutil roce hizo que Elisa se
despertara.
-Shhh… ángel mío, soy yo, tu fiel
enamorado –susurro Damián en su oído-
-Damián, mi Damián –suspiro
Elisa- ¿Estas aquí o sigo soñando?
-Aquí estoy, amor mío… Necesitaba
besar tus labios para seguir viviendo.
-Oh, Damián –exclamo arrobada
Elisa- Te amo tanto, estoy tan feliz de que nuestro futuro se vislumbre tan favorable,
más pronto de lo que pensamos estaremos al fin juntos…
-Así es, amada mía y nadie podrá
jamás separarnos, ni siquiera tu padre.
-No puedo creerlo al fin –dijo
dudosa Elisa- ¿Qué lo habrá hecho cambiar de parecer?
-Mi padre habló con él –le explico
Damián debatiéndose entre si contarle la forma de persuadirlo que tuvo su
padre, pero decidió omitirlo, el cometido estaba cumplido, no era necesario que
ella lo supiera-, su poder de convencimiento no conoce limites –exclamo al fin-
Elisa lo miro dudosa, su corazón
le decía que había algo más, pero no quiso hondar en ello, confiaba ciegamente
en su hermoso caballero de ojos azules, si él no le decía lo que había detrás
del cambio de actitud de Don Fernando, por algo sería.
-Bendito sea siempre –exclamo
como respuesta guardándose sus observaciones-
Damián tomo las manos de Elisa
entre las suyas y dejo un reguero de besos por todo su níveo dorso.
-Pronto serás mía, pronto
–repitió como mantra aun incrédulo-
-Ya lo soy, Damián –le aclaro
Elisa y lo miro con tanta intensidad que Damián sintió que le atravesaba el
corazón con su mirada-, pero hay que tener cuidado, mi padre suele ser voluble,
no debemos bajar la guardia.
-Lo sé, no te preocupes –le
acarició la mejilla suavemente- no permitiré que nos separe, te lo juro.
La sangre en las venas de los
jóvenes enamorados ardía con ímpetu, sus ojos refulgían con pasión cruda.
Damián sabia que ese fuego solo podía llevarlos a un solo lugar, por lo que se
puso de pie para marcharse, no quería ensuciar la impoluta inocencia de Elisa.
-Tengo que irme, solo vine a
decirte que te amo –exclamo con vehemencia-
Sin dejar de mirarla camino
lentamente hacia la ventana cuando un ruido proveniente del pasillo del otro
lado de la puerta de la habitación lo paro en seco. Unos pasos acercándose
retumbaron en sus oídos. El picaporte de la puerta giro lentamente, quiso
moverse, salir corriendo para evitar ser descubierto, pero el pánico impreso en
el rostro de Elisa lo tenía paralizado.
Elisa se aclaro la garganta en un
vano intento de desaparecer el terror que la atenazaba y le impedía a hablar,
trato de emitir sonido, pero la voz no le salía. Una furtiva lagrima le resbalo
por la mejilla, si era su padre o su madre estaba perdida, todos sus sueños se
irían por la borda, lo más probable es que acabara en un convento llorando por
su adorado Damián, a quien seguro su padre mataría. La sola idea le hacia
temblar el corazón. Soltando un suspiro le dio una significativa mirada a
Damián para que saliera de su habitación, pero él no se movía. La puerta empezó
a abrirse lentamente dejando entrar un halo de luz que viajaba directamente
hasta donde estaba Damián iluminando por completo su silueta. Las pupilas de
Elisa se dilataron de miedo y haciendo un esfuerzo sobre humano logro hablar:
-¿Quién anda ahí?...